Entrevista a la enfermera Aida Roble, una apasionada por la Urología, jefa de la sala de esta especialidad, en el Hospital Joaquín Albarrán

Durante varios meses, el Hospital Joaquín Albarrán, conocido popularmente como clínico de 26, se había vuelto un lugar de obligada asistencia para este reportero. La sala de Urología era un sitio donde, en más de una oportunidad, debí de plantar «campamento», pues la salud de mi esposa así lo requería.

Allí, día tras día, fui adentrándome en las dificultades que se viven cuando una instalación hospitalaria debe enfrentar, además de las carencias provocadas por el persistente bloqueo, una amplia reparación, todo ello, sin dejar de prestar servicios.

Lentamente descubrí los seres que habitan bajo la piel de los médicos, personal de Enfermería, y otros muchos más diversos e igual de imprescindibles, formado por pantristas, camilleros, y técnicos en diversas especialidades.

Fue en los días finales de diciembre de 2023 cuando, de improviso, me planté celular en mano frente a Aida Roble Revé. Mujer de figura imponente y carácter firme que guarda en medio del pecho un corazón lleno de amor por la Urología, y hacia los pacientes que tiene bajo su cuidado.

Lejos estaba de imaginar las cartas que, en ese momento, la vida me guardaba, y que han hecho hasta ahora, dejase en reposo el resultado de esa conversación.

Desde que en 1992 Aida comenzara a trabajar como enfermera asistencial en el Clínico de 26, hasta la actualidad muchas han sido las personas que han requerido de sus servicios, contribuyendo a fomentar en ella un amor infinito por la Urología.

Han sido más de 30 años de entrega como enfermera los que desde ese lejano 1992 ha vivido Aida, durante los cuales ha desempeñado diversas funciones, como las de jefa de área, la jefatura de sala de Medicina; jefa de salón de operaciones; hasta volver, tras dos años y medio de misión en Bolivia a ocupar la plaza de jefa de la sala de Urología, cargo que actualmente ocupa y del cual solo se alejó cuando, en medio de la pandemia de la Covid-19, trabajó en un vacunatorio.

Sobre su accionar durante la Covid, refiere que aun cuando el Clínico de 26 no fue escogido para atender esta enfermedad, sí les llegaban muchos casos. A ella, no sabe por qué, al inicio del proceso de vacunación la escogieron para trabajar en el vacunatorio, sitio donde atendió infinidad de pacientes, de lo cual se siente orgullosa.

De esa etapa, le duele la cantidad de personas que fallecieron, muchas amistades suyas, pero se reconforta pensando en las que ayudó a salvar. Por cierto, que, tras haberse puesto las tres dosis de la vacuna, ella misma tuvo Covid, pero no sintió miedo, «estaba consciente que no me iba a pasar nada, pues estaba vacunada y sabía que nuestras vacunas eran buenísimas».

Entre tantas vivencias experimentadas por Aida, surge la interrogante de cuál prefiere, y por qué. Aun cuando cada una de esas funciones le han aportado experiencias vitales para su crecimiento profesional, ella confiesa que prefiere el área abierta al salón, pues en las salas está más en contacto con los pacientes, y siente que puede ayudarlos en todo lo que necesitan, siendo su gran pasión la Urología.

¿Por qué?, es un misterio para ella misma, quien comenta que además de haber trabajado en el salón también lo ha hecho en la sala de Otorrino; en la sala de Medicina, donde se ven todas las especialidades. Pero es Urología la que más le gusta, «Tal vez sea porque desde graduada comencé en este servicio. Lo cierto es que me encanta pasar una sonda, atender al paciente cuando me dice que no puede orinar, y puedo ayudarle. Yo sueño con Urología. Además, los médicos de aquí están muy bien preparados, los veo siempre arriba del paciente, que no dan tregua».

Aida, quien tiene la categoría docente, no solo da clases, como ella explica, los lunes a estudiantes de Medicina de tercer año, y los jueves y viernes a estudiantes de primer año de Enfermería, sino que, aun cuando no lo dice, con su ejemplo todos los días da una cátedra de profesionalidad a sus enfermeros.

Con una personalidad que impresiona, al conocerle más de cerca uno se da cuenta del gran ser humano que habita bajo esa coraza con que se presenta, y que forma parte de su forma de ser. Aida confiesa que a veces las personas dicen que ella tiene un carácter fuerte, aunque, explica, que como jefa tiene que ser fuerte, exigente y comprensiva, pues le gusta que las cosas salgan bien.

A su equipo de enfermeros les inculca que «el objetivo de nosotros es el paciente, ayudarles, cuidarlos, mimarlos. A mí me gusta mucho que el paciente sepa que estoy ahí para él. A mis enfermeros los he adaptado a mi forma de ser. No es que desee que hagan lo que yo quiero, sino que cumplan con lo que está establecido». Aunque ella no lo diga, esto constituye una clase, de esas que solo el ejemplo puede brindar.

El transporte, para ella que vive en el Reparto Primero de Mayo, en Boyeros, es otro tema, uno que le hace gastar a veces hasta 400 pesos, para poder atender a sus pacientes. Pero Aida es de esas personas que no viven de su trabajo, sino para su trabajo, de las que, estando de vacaciones -de lo cual soy testigo- van a la sala si hay algún paciente que esté delicado. Esa es una clase que no se da en ninguna escuela, y que solo quienes tienen alma de ángeles son capaces de enseñar… y de aprender.

19 enero 2024│Fuente: Tribuna │Tomado de │Noticias │Salud

El doctor Albarrán fue un excelente clínico, histólogo, bacteriólogo y fisiólogo, que vivió entre dos siglos

El médico cubano Joaquín María Albarrán y Domínguez falleció el 17 de enero de 1912, hace 112 años, luego de que su obra científica en el campo de la urología lo consagrara como uno de los más importantes especialistas de esa disciplina a nivel mundial.

El doctor Albarrán fue un excelente clínico, histólogo, bacteriólogo y fisiólogo, que vivió entre dos siglos, aunque en el Siglo XIX cimentó su prestigio científico con sus obras más reconocidas dentro de la urología. Fueron sus investigaciones publicadas en París a principios del Siglo XX las que hicieron de él un autor de referencia obligada en ese campo.

Nació el 9 de mayo de 1860 en una familia acomodada de Sagua La Grande, Las Villas, cuando Cuba era todavía colonia española, y quedó huérfano en 1872, quedando al cuidado de su padrino el doctor Joaquín Fábregas, cirujano español quien lo inscribió en el jesuita Colegio de Belén, en La Habana, y luego fue enviado a Barcelona donde se diplomó de bachiller en 1877.  En esa época se involucró en la lucha por la independencia de su Isla y recaudó fondos con ese fin mediante la logia masónica a la que pertenecía.

Más tarde se doctoró en Medicina en la Universidad Central de Madrid antes de instalarse definitivamente en París en 1878, ciudad en la que desarrolló toda su carrera profesional desde 1879 bajo la tutela de prestigiados especialistas y donde vivió prácticamente el resto de su vida.

En Paris el joven doctor hizo cursos de postgrado, se incorporó al ejercicio de la profesión y comenzó a labrar su reputación, descubriéndose en él la gran figura de la medicina que habría de ser muy pronto. Se presentó a varios concursos de oposiciones y en 1883 alcanzó la plaza de Profesor Externo de los Hospitales. Al año siguiente mereció el primer premio en el Concurso del Internado de Hospitales de París y obtuvo además varias medallas de oro y plata de la Facultad de Medicina.

Fue miembro distinguido de varias prestigiosas instituciones científicas, entre ellas: la Sociedad Anatómica de París (1888); la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (1890); la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana (1890); y la Sociedad de Cirugía de París (1899).

En 1892, a los 32 años, era Profesor Agregado en Francia; en 1894 era el cirujano jefe de los hospitales de Paris y en 1898 se le designó vicepresidente de la Sociedad Francesa de Urología.

Convertido ya en histólogo bajo el manto protector del profesor Edouard Brissaud, fue el eminente Louis Pasteur quien influyó en que se estableciera definitivamente en Francia, donde no tardó en convertirse en interno ayudante de eminentes galenos como el pediatra Jacques-Joseph Grancher, esposo de la ilustre cubana Rosa Abreu, y el cirujano Ulysse Trélat. Allí aprendió con Félix Guyon, inventor del citoscopio, los secretos de la urología, especialidad en la que no tardó en sobresalir.

Albarrán perfeccionó el citoscopio y los procedimientos citoscópicos, y por sus importantes trabajos, se le concedió el Premio Godard de la Academia de Ciencias de Francia, el Premio Tremblay, de la Academia de medicina, y el Premio de Barbier, de la Facultad de Medicina de París.

Al retirarse Guyon en 1906 como director de la Clínica de Enfermedades de las Vías Urinarias, Albarrán lo sucede para convertirse en el profesor titular más joven de la Facultad de Medicina de la capital francesa. Pero antes ya había escrito obras que son consideradas todavía como referencias de la literatura médica y cuyos títulos en español serían El riñón de los urinarios (su tesis premiada de 1889), Los tumores de la vejiga (1892), Los tumores del riñón (1903) y Exploración de las funciones renales (1905), donde expuso su método innovador para el examen de las facultades renales en los pacientes. En total, escribió unas 300 obras y artículos especializados en el tema.

El hecho de permanecer casi toda su vida en el exterior no lo desligó de Cuba. En 1890, el semanario El Fígaro recogía las palabras del ilustre médico que para acceder a tan elevados cargos debió adoptar la ciudadanía francesa: «Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tenderán mis esfuerzos a hacerme digno de la patria en que nací.»

Al doctor Albarrán le sucedieron cuatro hijos: Georgette y Pierre, ambos frutos de su matrimonio con Pauline Ferri; así como Raymond y Suzanne Albarrán Sanjurjo, de un segundo matrimonio con la cubana Carmen Sanjurjo Ramírez de Arellano.

Murió prematuramente el 17 de enero de 1912 de tuberculosis, a los 51 años, en su casa en el poblado marítimo de Arcachon, cerca de Burdeos, aunque fue enterrado en París en el cementerio de Neuilly-sur-Seine. La enfermedad la contrajo accidentalmente mientras atendía la nefrectomía de un paciente del hospital Necker. Justo en ese año había recibido la noticia de que se hallaba entre los candidatos al Nobel de Medicina. Concurrieron a despedirle, entre otras personalidades, los presidentes del Senado y de la Cámara de la nación francesa.

18 enero 2024│fuente: Granma│ Tomado de │ Cuba