Tras recibir a Abdala, Lídice Olivares Riva, una caraqueña discapacitada, de 75 años, mostró su gratitud hacia la medicina cubana.

Caracas. –Será lo humano de la obra, las certezas devueltas, las vidas salvadas aquí. O acaso los mil y un trazos de hermandad que han marcado la esperanza de Venezuela en poco más de dos décadas.

Por algo de ello será. Pero cuando los inconfundibles de batas blancas van camino al vacunatorio, los humildes de Ciudad Tiuna, en el municipio Libertador, de Caracas, pareciera que ven acercarse al alba.

«Ahí están ellos, que el Señor los bendiga», exclamó una caraqueña de mediana edad, cuando los vio aparecer por una esquina, a metros del Centro de Primera Enseñanza Simoncito, donde funciona uno de los vacunatorios habilitados para la vacunación con Abdala, que empezó a beneficiar con la tercera dosis a las primeras 10 000 de los 4 000 000 de personas que recibirán el inmunógeno en este país.

Aún el sol no había remontado los altísimos cerros que rodean a esta urbe, y los de batas blancas, muy jóvenes casi todos, estaban aquí, entre chistes, afectos y buen humor, con sus saludos a lo cubano, correspondidos por un murmullo de gratitud. Ni una gota de desaliento. Ni una partícula de desánimo.

¿Dónde está la amargura de estos «esclavos»? –así los quieren mostrar los enemigos de Cuba, sin reparo en lo repugnante de sus calumnias para desacreditar la labor de nuestro personal de Salud, que ha beneficiado a más de 160 naciones del mundo, y ha ayudado a combatir al coronavirus en 40 de ellas.

Inocultable sería la frustración de esos profesionales, si hubiera un átomo de veracidad en las goebbelianas afirmaciones de Antony Blinken el 1ro. de julio pasado, cuando volvió con el discurso cínico, en otro intento de involucrar a nuestro país con la trata de personas.

«A esa infamia contra nosotros, como dicen aquí, yo no le paro bola», dijo Alía Acosta Sala, enfermera de la Isla de la Juventud, quien cumple su segunda misión en tierra bolivariana. «Nadie me impuso venir; estoy aquí por mi voluntad, me lo dicta el deber».

«Quieren justificar todo el mal que nos hacen –prosiguió Alía, mientras inyectaba Abdala en un hombro venezolano–, nos calumnian para empañar el esfuerzo solidario que hacemos, y que ellos, con muchos más recursos, no hacen», aseguró, antes de invocar una canción cubanísima: «No lo van a impedir».

Puntos de vista similares escuchó Granma del doctor Luis Bueno Pardo, santiaguero de 34 años, especialista en Medicina General Integral, y de la manzanillera Delia Virgen Yero, también enfermera; ambos trabajan en la vacunación con Abdala, en el complejo urbanístico de Ciudad Tiuna.

«Gracias, y “que Dios te bendiga”, son la palabra y la frase que más hemos escuchado de labios venezolanos en estos días», confiesa Delia Virgen; «a algunos hemos tenido que aclararles lo relacionado con esta vacuna, es cierto, pero yo he recibido la bendición de unos cuantos; unos nos han dedicado poesías, y a otros los he visto llorar de agradecimiento».

Unos metros más allá, en el mismo salón, como para confirmar que la intriga y los embustes no podrán contra el prestigio de la Medicina cubana, Juan Velázquez, chofer de 57 años de edad, admite que «tuve mis dudas cuando supe de esta vacuna; algunos por ahí no dicen cosas muy buenas de ella».

–¿Y por qué vino, a pesar de la duda?
–Estoy aquí porque la vacuna es cubana, pues; quiero cuidar de mi vida.

julio 28/2021 (Granma)

julio 30, 2021 | Maria Elena Reyes González | Filed under: De la prensa cubana | Etiquetas: , , , , , |

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