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El 9 de enero del 2021 Sheyla estaba algo triste. Ese día se comenzaban a organizar dos centros de aislamiento en la Universidad de Ciencias Médicas, debido al aumento de los casos positivos de COVID-19 en Guantánamo, pero no podía sumarse a sus compañeros. Ella era contacto de un caso positivo y estaba esperando el resultado de su PCR, se sentía afligida porque sabía que podía ser útil.
Sheyla María Herrera Ortega es estudiante de segundo año de la carrera de Medicina. En cuanto su prueba dio negativa se sumó a cuidar pacientes sospechosos. El amor por la medicina viene en la sangre, porque sus padres son enfermeros “los pinchazos y el uniforme los estoy viendo desde pequeña y por eso decidí ser la doctora de la casa. Ellos me ayudan cuando estoy estudiando, porque compartimos la pasión hacía la profesión”, dice.
En estos meses de enfrentamiento a la covid −19, cerca de 100 estudiantes de medicina, estomatología, enfermería y técnicos se han vinculado al trabajo en los centros de aislamiento, otros se han vinculado a otras acciones sin descuidar el estudio individual.
“Ha sido complicado llevar la docencia de manera virtual, pero los estudiantes de medicina no hemos detenido los eventos científicos, compartimos los resultados investigativos a través de Telegram. De manera voluntaria hemos participado en la vacunación y en la pesquisa activa. También en el cuerpo de guardia del Hospital General Docente trabajando en el flujograma de pacientes para que no se aglomeren. Otros en admisión para agilizar la documentación de los fallecidos”, comenta la futura doctora.
“Somos los mismos en cada lugar, ha sido complicado llevar todo, sin contar que también hacemos falta en nuestras casas”. Yobanis, el profe, está orgulloso de sus muchachos, porque se han vuelto más fuertes en medio de la pandemia. Sheyla, por ejemplo, se siente cambiada “es complicado enfrentar la COVID-19, he ganado en conciencia y ya nadie me puede hacer un cuento, tengo argumentos para enfrentarme a la información que circula hoy por las redes, porque lo estoy viviendo desde adentro”.
Hay momentos difíciles, “en las pesquisas he encontrado personas asustadas, muy preocupadas y me duele no poder acercarme a consolarlas, pero aun así les hablo, intento aclarar sus dudas, y visitarlas con frecuencia para que no se sientan solos. Así he creado lazos con las comunidades que pesquiso, para ellos soy más que una estudiante, soy casi familia.”
“Asumimos con mucha responsabilidad el trabajo en los centros de aislamiento”. El domingo 14 de febrero, un grupo de estudiantes entraba a atender a los pacientes sospechosos “imagínate el compromiso, algunas parejas celebraron su 14 de febrero en la zona roja, porque entraban en ese turno”. Otros momentos difíciles por estar separados de las familias fue el día de las madres y el de los padres “desde la FEU preparamos unos regalos para familiares de los estudiantes que estaban en los centros de aislamiento. Las madres lloraban mucho, pero sentían un orgullo enorme por sus hijos”
Frente al hospital donde están los casos positivos se han hecho conciertos y actividades de los artistas aficionados “para llevar un poco de arte a estar personas y que se sientan un poco felices, dentro de tanto dolor.”
Cuando cumplió sus 20 años estaba en un centro de aislamiento, y ese mismo día su papá salió de misión internacionalista a Angola “no lo pude ver, y es difícil para mí mamá porque ahora estamos solitas en la casa”, pero Sheyla se siente útil “era lo que tenía que hacer.
José Andrés tiene un poco más de experiencia tratando con pacientes, cursa el cuarto año de Medicina, pero tampoco estaba preparado para la COVID-19. Aunque “extremábamos las medidas higiénicas para protegernos”, el “bicho” es impredecible y está en el lugar menos esperado.
Era febrero del 2021 y habían pasado días duros de trabajo dentro del centro de aislamiento, pero ya terminaba su rotación, podría descansar en casa, ver a sus padres, o al menos eso pensaba él. Un PCR positivo nubló todos los planes. José Andrés Sillalón de 21 años se había contagiado de COVID−19 “pasé una semana ingresado, recibiendo el tratamiento, aunque fui asintomático.”
En un instante se invirtieron los roles, el estudiante de medicina, se convirtió en el paciente, pero esta situación no duró mucho tiempo en volver a invertir. Al salir de su ingreso retornó al centro de aislamiento a trabajar. “Ahí fue cuando le perdí el miedo a la enfermedad. Volví por mis pacientes, la provincia estaba pasando por un momento difícil, debido al alza de casos y era mi deber ayudar”. Sus padres no querían que regresara y hasta le hicieron “un poco de guerra”, pero su vocación fue más fuerte.
Uno de los días más calurosos de este año, José Andrés con piyama, escafandra, gafas protectoras y dos naso bucos, subía y bajaba escaleras por los pasillos de la Universidad convertida también en centro de aislamiento. Ese día volvió a sentirse mal “me hice un test de antígeno, que dio negativo, pero está vez ya no estaba asustado, yo le he guapeado a la COVID-19 de frente”.