La pertinaz lluvia de noviembre anunciaba la llegada del breve invierno caribeño. Llegar al Puente de 100, en La Habana, más que brindarme protección, me deparó una sorpresa y, sobre todo, una gran preocupación. Ahí, en medio de la marginalidad y el desorden, ciertos fenómenos ocurren a la vista de todos, sin el menor pudor. Y uno, en particular, se ha salido de control por completo: la venta indiscriminada de medicamentos.

Ya ni siquiera se esconden. Los pasillos están copados por una variada oferta de medicamentos de toda índole —importados y también de nuestra industria farmacéutica— que, con frecuencia, escasean en la red de farmacias del Ministerio de Salud Pública. Sobre palanganas y banquitos improvisados se apilan fármacos de todo tipo: antidepresivos, antibióticos, analgésicos, pastillas para la presión. Los mismos que faltan en la red de farmacias aquí se ofrecen sin receta ni control.

Lo más alarmante es la venta de medicamentos de uso controlado junto a productos comunes. La carbamazepina, un fármaco que requiere supervisión médica estricta, se ofrece como si fuera una mercancía cualquiera. Ante esta realidad, surgen preguntas indispensables: ¿quién garantiza que estos medicamentos son seguros? ¿Dónde se almacenaron? ¿Bajo qué condiciones se transportaron? ¿Quién controla su autenticidad y estado, incluido el cumplimiento de las condiciones de preservación, como en el caso de las vitaminas inyectables? ¿Quién responde si ocurre una reacción adversa?

Estos vendedores se aprovechan de la escasez y lucran de forma impúdica. El país, ante las limitaciones en el cuadro básico de medicamentos, implementa desde hace dos años medidas para facilitar su importación, una brecha que estos mercaderes explotan para mantener y hacer crecer un negocio muy lucrativo.

Pregunté por varios medicamentos. Si no los tenían en su amplia oferta, me remitían a la Güinera o a la Calzada de Diez de Octubre, una suerte de circuito premium de compras donde, con el presupuesto suficiente, aparece cualquier medicamento.

La escena se repite a cualquier hora. Hay quien compra por necesidad urgente, quien lo hace por impulso y quien, con la conciencia adormecida por la escasez, normaliza la práctica. La circulación de fármacos fuera de los canales regulados crea, además, un efecto llamada: proveedores y clientes se reconocen, se organizan y profesionalizan la oferta.

Entre vendedores ocasionales y comerciantes asentados, emergen prácticas que deberían alarmar a cualquier autoridad sanitaria: frascos sin etiqueta original, envases abiertos, pastillas reempaquetadas en bolsas plásticas y falta de información sobre lotes y fechas de caducidad.

Esta improvisación no solo oblitera la trazabilidad del producto, sino que convierte al paciente en un conejillo de Indias —comprador y usuario a la vez— sin garantía alguna sobre la procedencia o la eficacia de lo adquirido.

La responsabilidad social se diluye en la lógica del trueque y la ganancia rápida. Hay familias que recurren a ese mercado porque no les queda otra opción; y hay, también, quienes explotan esa desesperación para lucrarse.

La venta indiscriminada de medicamentos en espacios públicos como el Puente de 100 no es solo un síntoma de escasez: revela fallas en la fiscalización y un deterioro de la ética colectiva. Se requieren medidas urgentes y coordinadas que articulen un control efectivo, la recuperación del abastecimiento formal y campañas informativas claras y accesibles para la población.

Sin intervenciones rápidas y sostenidas, la medicina seguirá siendo tratada como mercancía, y quienes menos tienen continuarán pagando el precio más alto: su salud.

28 Noviembre 2025 Fuente: Cubadebate/ Noticias/ Salud

noviembre 28, 2025 | Arlenes Tamayo Osorio | Filed under: Cuba, De la prensa cubana, Salud, Salud Pública | Etiquetas: , , |

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