Desde que la pandemia nos puso en jaque en casi todas las partidas, una de las que más tarda en recuperarse es la disponibilidad de medicamentos, de todo tipo. Da igual si son de tarjetón, para enfermedades menos comunes o de los que todo el mundo quiere tener en casa, por si acaso no aparecen.

Ciertamente, que la entrada de estos productos al país se haya flexibilizado en aduana ha sido un alivio discreto, aunque no asequible a todos los bolsillos, porque no es secreto alguno que la mayoría se traen para la reventa.

Así, compramos dipironas, anticonceptivos, o antihistamínicos con la caja en ruso, sin poder leer qué contienen, o acabamos dando Nimesulida a niños pequeños porque nos dijeron que bajaba la fiebre, pero no gugleamos para saber que en muchos países se contraindica para ese grupo etario.

Hay cosas peores; aunque nos sea ajena, la falsificación de medicamentos tiene una industria consolidada en varios países y algunos de la región de las Américas. La Organización Mundial de la Salud estima que entre el 10 y el 30% de las medicinas que se venden en países en vías de desarrollo podrían ser falsas, y probablemente más aún en algunos lugares de África, Asia y América Latina.

Un medicamento falso es “un producto manufacturado indebidamente, de manera deliberada y fraudulenta en lo que respecta a su identidad o su origen. Pueden incluir productos con los ingredientes correctos o con los ingredientes incorrectos, sin principios activos, con principio activo insuficiente o con envasado falsificado”, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud.

Significa que lo mismo puede no producir el efecto esperado, o producirlo mediante compuestos no seguros para el consumo humano.

Tan lejos como en 2010, la Interpol “destapó” una red de casi 700 sitios web involucrados en la venta de fármacos falsos, y las aduanas confiscaron más de un millón de pastillas. En el sudeste de Asia, en ese mismo año, 20 millones fueron detectados, con una amplia gama de productos: antibióticos, antidepresivos, anticonceptivos y aspirinas. ¿Qué nos asegura que de las industrias (en expansión, por cierto) de falsificación no nos estén llegando ejemplares?

El reglamento cubano del Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED) establece, entre otras disposiciones de seguridad:

“El CECMED comunicará la sospecha de productos farmacéuticos falsificados o defectuosos al titular del registro y a las autoridades reguladoras de los países en que ha sido comercializado, así como a otras autoridades competentes de forma inmediata”.

Para ello, primero debe ser reportado a las autoridades cualquier sospecha derivada de un producto farmacológico, por su estado, apariencia o efecto.

Y antes que eso, incluso, hay que tener cautela. Buscar en Google, al menos. Usar criterios que incluyan el nombre del fármaco junto a los términos “contraindicado” o “prohibido” o “falso”. O buscar directamente los nombres del fabricante.

La Interpol recomienda tener especial cuidado con los que tratan el VIH, el cáncer y otras enfermedades crónicas o graves; materiales sanitarios como jeringuillas y fármacos para mejorar la calidad de vida, como los que prometen pérdida de peso o combatir la disfunción eréctil.

Además, deben revisarse las fechas de caducidad en los empaques externos e internos, y desconfiar si no coinciden, si presenta faltas de ortografía, si el empaque está dañado o los efectos secundarios y/o ingredientes no coinciden con los medicamentos habituales. Consultar a un médico, por supuesto.

Parece mucho trabajo, pero vale la pena, no vaya a ser que intentar curarse vaya a ser peor que la enfermedad.
(Tomado de Invasorhttp://www.invasor.cu/es/opinion/cuando-es-peor-el-remedio)

agosto 05/2022 (Cubadebate)

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