Jul
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En el marco de las celebraciones por el aniversario 510 de la fundación de la villa de Santiago de Cuba y el 72 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, fue reconocida hoy la Empresa Provincial de Farmacias y Ópticas (Optimed) con la condición de Vanguardia Distinguido Nacional, por sus resultados integrales en la producción de medicamentos naturales y su compromiso con la salud pública.
El acto contó con la presencia de Annia Poblador Serguera, miembro del Buró Provincial del Partido Comunista de Cuba; Miguel Ángel Díaz Núñez, director general de Salud en el territorio; Yudixa Sarmiento Rodicio, secretaria general del Sindicato de Trabajadores de la Salud, y la directora general de Optimed, Yanela Blanco Vega, junto a otros trabajadores del colectivo.
En declaraciones a la Agencia Cubana de Noticias, Blanco Vega expresó que este reconocimiento es el resultado del esfuerzo sostenido de los profesionales, quienes han enfrentado limitaciones materiales con creatividad, disciplina y sentido de responsabilidad.
Hemos logrado cumplir nuestros planes productivos, garantizar servicios farmacéuticos y ópticos en los nueve municipios de la provincia, y mantener activa la producción de medicamentos naturales del cuadro básico, como el hipoclorito de sodio, las terapias florales y las formulaciones homeopáticas, aseguró.
Elieser Martínez Suárez, director adjunto de la empresa, destacó que Optimed ha logrado eliminar pérdidas económicas, permitiendo el pago de utilidades a los trabajadores.
Este resultado responde a una gestión eficiente, al compromiso colectivo y a la voluntad de servir con calidad a la población santiaguera, manifestó.
La empresa cuenta con 176 farmacias, 17 ópticas, cinco centros de producción local de medicina natural y tradicional, un taller de tallado de lentes y un laboratorio de control de calidad.
A pesar de las carencias de materias primas, ha mantenido la vitalidad de sus servicios y ha reanimado unidades en varios municipios, incluyendo Santiago de Cuba, San Luis, Palma Soriano, Mella, Tercer Frente y Songo- La Maya.
El reconocimiento como Vanguardia Distinguido Nacional, otorgado por el movimiento sindical cubano, valida el desempeño integral de Optimed y reafirma su papel como referente en el sistema de salud pública del país.
22 Julio 2025 Fuente: ACN/ Noticias/ Salud
Jul
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El ensayo clínico con miras a evaluar la eficacia y seguridad del fármaco cubano NeuralCIM en pacientes con fenotipo de enfermedad de Alzheimer leve moderada, variante amnésica, transita por la fase IV de aplicación en Sancti Spíritus, y la casi totalidad de los cerca de 50 pacientes incluidos han terminado el estudio.
Así lo manifestó a Escambray la doctora Katiuska Iglesias Monagas, especialista de primer grado en Neurología e investigadora principal del ensayo en la provincia, quien aseveró que en anteriores fases del estudio se demostró que el NeuralCIM —nombre comercial del medicamento conocido como NeuroEPO— contribuye a la estabilización del paciente y a la mejora de su calidad de vida.
Científicos a cargo del ensayo afirman que el producto provoca escasos eventos adversos, a la vez que protege las células del cerebro, promueve factores de crecimiento cerebral, la expresión de neurotransmisores, la formación de nuevas neuronas y vasos sanguíneos, posee efecto antiinflamatorio y en la muerte cerebral y modula la neurotransmisión, entre otros beneficios.
El Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos es una de las instalaciones sanitarias del país donde se aplica este medicamento, desarrollado por el Centro de Ingeniería Molecular (CIM) a partir de la eritropoyetina humana recombinante.
“Inicialmente, un equipo multidisciplinario integrado por neurólogos, geriatras, enfermeras y psicólogos evaluó en consulta a 98 pacientes con el objetivo de determinar si cumplían o no los criterios de inclusión para el estudio, entre estos, el estadio de la enfermedad y la presencia de un grupo de padecimientos concomitantes y parámetros de laboratorio”, acotó Iglesias Monagas.
Al final quedaron incluidos 46 enfermos a quienes se les administró el medicamento en gotas nasales tres veces por semana durante 104 semanas y, luego, los pacientes fueron reevaluados en varias ocasiones.
La enfermedad de Alzheimer —subrayó la especialista— es un proceso neurodegenerativo del sistema nervioso central caracterizado clínicamente por la pérdida progresiva de la memoria a corto plazo y de la atención seguida de la afectación de otras habilidades cognitivas.
En las primeras fases de la enfermedad, el impacto psicológico en el paciente es devastador y en estadios avanzados evoluciona a un mutismo o silencio casi absoluto con un deterioro progresivo de sus capacidades motoras y cognitivas.
En cuanto a la fase leve de la enfermedad, se estima que dura de uno a tres años, y los síntomas más comunes son la pérdida de memoria y cambios en su comportamiento diario. En tanto, en la fase moderada se agravan los síntomas iniciales con olvidos más frecuentes y actitudes violentas, entre otros síntomas.
Hasta ahora, para el tratamiento de la enfermedad en el mundo solo se han aprobado seis fármacos; todos como terapéutica paliativa, ninguna curativa, y altamente costosas.
De acuerdo con expertos, el NeuralCIM sería una opción terapéutica cubana que pondría a la isla en condiciones de tratar a las personas aquejadas de este padecimiento.
En estos momentos, el CIM realiza estudios y otros ensayos clínicos en diferentes fases encaminados a evaluar la efectividad y seguridad del producto en enfermedades neurológicas como la ataxia, el Parkinson y el infarto cerebral, concluyó Iglesias Monagas.
20 Julio 2025 Fuente: Escambray/ Noticias/ Salud
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Un cartel: “Área estéril” anuncia la entrada a la sala de cuidados intensivos pediátricos del Hospital Provincial General Docente “Dr. Antonio Luaces Iraola” de Ciego de Ávila. Manos firmes –más sensibilidad y saberes adquiridos por años– sostienen a los niños que llegan a este lugar.
Detrás de las puertas de esta sala late una historia de humanidad. Nacida el 29 de septiembre de 1982 por voluntad de Fidel Castro tras la trágica epidemia de dengue que segó más de cien vidas infantiles, esta unidad se convirtió en bastión de esperanza en el centro médico avileño. Aquí no se trabaja, se vive la medicina.
Los días de la Dra. Diana Luisa Mendoza Moreno, pediatra con 30 años de experiencia y jefa de servicio de la sala, transcurren entre monitores, ventiladores y una férrea voluntad de salvar vidas. Su mirada experta ha visto pasar generaciones de niños, algunos convertidos ahora en padres que regresan con sus propios hijos. “Nadie se acostumbra a la muerte”, confiesa y recuerda el “Libro Rojo” donde antaño se registraban hasta 12 fallecimientos mensuales; hoy, menos de cuatro al año.
¿Qué hace falta para trabajar aquí? “Antes que diplomas, corazón”, sentencia la doctora mientras se ajusta el gorro quirúrgico.
“El objetivo de Fidel era establecer una red de salas de terapia intensiva en todo el país, y esta unidad fue una de las primeras en inaugurarse. Desde sus inicios, el servicio ha contado con personal altamente especializado. Para trabajar aquí, no basta con ser médico o enfermero; es necesario formarse específicamente en cuidados intensivos pediátricos. Aunque ya no quedan fundadores en activo, muchos llevan décadas dedicados a esta labor”, cuenta a Cubadebate la doctora Diana.
Se graduó de medicina en 1990, se especializó en pediatría y, en 1995, viajó a La Habana para realizar un entrenamiento nacional en terapia intensiva pediátrica, ya que en aquel momento solo existían centros acreditados en La Habana, Villa Clara y Holguín. Ese mismo año, se incorporó a la sala del Antonio Luaces Iraola, donde lleva más de tres décadas trabajando. “Aquí me formé como intensivista y consolidé mi carrera como pediatra”, enfatiza.
La doctora recuerda al primer jefe de servicio fue el Dr. Héctor Gómez, ya fallecido, quien sentó las bases de esta unidad. Otra figura clave es la Dra. Caridad Nurkes Gómez, formada en Holguín y una de las fundadoras. Ella fue su mentora, la persona que la guió en sus primeros pasos en la terapia intensiva, y hoy sigue aportando su experiencia como profesora consultante del servicio.
Si preguntas cuáles son las características del personal de la sala, Mendoza Moreno dice que lo primero y más importante es el amor a los niños.
“Siempre les inculcamos a los jóvenes profesionales que estos niños deben ser tratados como si fueran parte de nuestra propia familia. La forma en que nos gustaría que nos trataran a nosotros, así debemos tratarlos a ellos, especialmente porque los niños son seres indefensos. Si nosotros no los cuidamos con dedicación, ¿quién lo hará?”.
La especialista considera que antes que cualquier habilidad técnica, debe existir amor genuino por los niños. “Solo después vienen todas las demás cualidades profesionales: la búsqueda constante de superación, la excelencia clínica, la actualización médica. Pero el cimiento es el afecto y el respeto a las familias”.
La doctora Diana confiesa que tiene un principio personal que siempre comparte: tuvo la dicha de ser pediatra e intensivista antes de ser madre, y luego continuó siéndolo después de serlo. Esa experiencia, refiere, le enseñó que la maternidad da una perspectiva completamente diferente.
“Nadie puede medir el cariño de una madre por su hijo, cada una lo expresa de manera única. Por eso, respetar a las familias es crucial, porque nadie conoce mejor a un niño que su madre. Hoy día, con los cambios sociales, a veces es otro familiar, incluso un vecino, quien acompaña al pequeño, y eso puede hacer que el niño se sienta más vulnerable. Si nosotros, como equipo, no les brindamos protección y afecto, ¿quién lo hará?”, repite la pregunta.
Este es, precisamente, el principio rector de la sala de cuidados intensivos pediátricos. “Aunque hoy hay muchas caras jóvenes en el servicio, todos han aprendido esta filosofía. Puedo decir con orgullo que aquí, cada profesional – desde los más experimentados hasta los recién llegados– trabaja con ese amor que marca la diferencia entre un tratamiento bueno y uno verdaderamente excepcional”.
A la siguiente pregunta, la doctora responde con determinación: “Existe la creencia errónea de que quienes trabajamos en terapia intensiva nos acostumbramos a la muerte. La verdad es que nunca lo haces. Lo que sucede es que, con el tiempo, desarrollas la capacidad profesional de identificar qué pacientes tienen mayor riesgo de fallecer. Ante esos casos, activas mecanismos de defensa emocional: intentas ayudar desde la empatía, enfocándote en hacer ese tránsito menos doloroso para la familia. Pero decir que uno se adapta a la muerte sería mostrar insensibilidad. De hecho, hay compañeros que prefieren no estar presentes en esos momentos, precisamente, porque el dolor es acumulativo, especialmente cuando se trata de niños”.
En nuestro servicio llevamos un registro minucioso, explica. “Todos los ingresos se anotan en el Registro de Morbilidad, una práctica común en todas las terapias intensivas del país. Pero aquí tenemos además un documento histórico: el Libro Rojo, llamado así por su encuadernación colorada hecha en imprenta. Hace poco, mientras preparábamos un estudio sobre la evolución de la morbilidad en el servicio, alguien del equipo veterano dijo: ‘No saques el Libro Rojo’. La razón es impactante: cuando comencé a trabajar aquí, en un solo mes fallecían 12 niños. Hoy, en todo un año, no perdemos ni cuatro pacientes”, dice y no puede ocultar la satisfacción de esta disminución en la mortalidad.
Actualmente, los fallecimientos que registran suelen ser casos con pronósticos muy complejos desde el inicio: recién nacidos con menos de 1000 gramos de peso que pasan meses en neonatología, o pacientes con condiciones sociales críticas.
“Contrasta enormemente con épocas anteriores, cuando veíamos llegar niños con infecciones fulminantes como meningoencefalitis que fallecían en cuestión de horas. Los accidentes siguen siendo casos que nos impactan profundamente, porque ocurren de forma abrupta. La muerte no es algo a lo que te acostumbras; aprendes a enfrentarla, pero nunca deja de doler. Y duele más cuando son niños”.
La doctora tiene presente los nombres de la mayoría de sus pacientes; algunos han marcado su carrera. Recuerda especialmente a Rochelle, una niña aparentemente sana que desarrolló una miocarditis aguda con insuficiencia cardíaca severa.
“Estuvo tres meses con nosotros, conectada a ventilación mecánica, en una batalla con pronóstico incierto. Hoy está en casa, jugando como cualquier niño. Casos como el de Melody, o aquel paciente quirúrgico que ahora es padre, o Madison y José Manuel (este último con malformaciones intestinales complejas), demuestran que detrás de cada estadía prolongada hay una historia de lucha. Recordamos sus nombres, sus rostros, sus batallas”.
El impacto de su trabajo se refleja en detalles conmovedores. Recientemente, una publicación en redes sociales sobre su sala generó un comentario emotivo: una madre reconoció a Camila, una enfermera del servicio, porque recordaba cómo había cuidado a su hija.
“Esto ilustra algo fundamental: en terapia intensiva, el personal de enfermería es el alma del servicio. Son ellos quienes alimentan, bañan, visten y hasta hacen moños a los pequeños; quienes establecen ese vínculo cotidiano que las familias nunca olvidan. Un médico puede indicar tratamientos, pero sin enfermeros, no hay cuidado intensivo real. Su labor humaniza nuestra ciencia”.
Entre las principales limitantes, la doctora Diana habla de la escasez de personal sanitario. “Enfrentamos una situación extremadamente difícil: en el área de enfermería, nuestra plantilla ideal debería contar con 35 profesionales, incluyendo a la licenciada Blanca, nuestra jefa de enfermería. Sin embargo, en estos momentos solo disponemos de 16 enfermeros en activo. Estos profesionales realizan turnos extenuantes de 24 horas de trabajo continuo por 48 horas de descanso. La semana pasada tuvimos ocho pacientes simultáneamente conectados a ventilación mecánica, lo que requirió un esfuerzo extraordinario”.
En el equipo médico, la situación es igualmente compleja. La plantilla formal debería incluir al menos nueve médicos de diferentes categorías, pero actualmente solo cuentan con cuatro especialistas.
“Aunque como jefa de servicio no formo parte oficial de la plantilla asistencial, en la práctica cumplo las mismas funciones clínicas que cualquier otro médico del equipo. Los turnos médicos son igualmente agotadores: 24 horas de guardia por 72 de descanso, y durante el período vacacional se intensifican a 24 por 48”.
Si bien reconoce que trabajar bajo estas condiciones es sumamente difícil, asegura que el compromiso del equipo es inquebrantable. “Implementamos estrategias para organizar los descansos y mantener la calidad de la atención, aunque la realidad es que la situación del recurso humano ha alcanzado un punto crítico”.
El camino hacia la medicina pediátrica de la doctora Diana comenzó en La Trocha, una zona rural entre Júcaro y Morón, específicamente en el poblado conocido como Pitajones. “Mi familia ha vivido allí desde 1934, cuando mi abuelo estableció su finca. Desde muy pequeña mostré una inclinación natural hacia el cuidado de los demás”.
Recuerda que sus primeros juegos eran kits de enfermería que venían con los juguetes. A los cinco años le decía a su madre que quería ser “inyectora”, aunque dice que en su familia no había ningún antecedente médico.
La inspiración definitiva llegó a los ocho años, cuando los doctores Jorge Rubí y Matilde Carvajal, médicos camagüeyanos, llegaron al municipio de Venezuela para realizar su servicio social. “La Dra. Carvajal, en particular, se convirtió en mi modelo a seguir: después de especializarse en pediatría, cumplió misiones internacionales en Irán, Irak y Argelia. Su dedicación y profesionalismo me mostraron el camino que quería seguir”.
Al terminar el preuniversitario, su madre se opuso a que estudiara medicina. “Como única hija mujer entre tres varones, temía que la carrera me alejara de la familia. Pero la vocación era más fuerte”.
La especialista asegura que nadie le inculcó el amor por la medicina, sino que nació al ver el ejemplo de aquellos médicos que dedicaban su vida a cuidar a otros.
Ingresó a la facultad de medicina en 1984. Después de graduarse en 1990, hizo su servicio social en Venezuela, la especialización directa en pediatría y un año de formación en terapia intensiva en La Habana.
Cuenta que su hija decidió no seguir sus pasos. “Un día me dijo ‘Mami, no quiero ser médico como tú’, y respeté profundamente su decisión porque la verdadera vocación médica, especialmente en pediatría, no puede ser impuesta: debe nacer del amor genuino por cuidar a los demás”.
La doctora Diana está consciente que el trabajo en su sala no es solo sobre batallas médicas, sino sobre el amor que transforma estadísticas en historias. La de Rochelle, que tras tres meses conectada a un respirador hoy corre en un parque; o la de José Manuel, cuyo megacólon congénito lo llevo hasta la UCI pediátricos. Es un quehacer sostenido por enfermeras como Camila, que hace moños colorados que alegran las mañanas de los pequeños pacientes.
La doctora Diana y su equipo reafirma que la excelencia médica se mide no solo en tasas de supervivencia, sino en sonrisas recuperadas, en familias reconfortadas, y en profesionales que cambian turnos agotadores por la satisfacción de salvar una vida.
20 Julio 2025 Fuente: Cubadebate/ Noticias/ Salud
