La Habana, 28 mar (ACN) Pese al asedio enfermizo de los gobiernos de Estados Unidos hace más de 60 años y acentuado hasta la saciedad, 10 productos de la ciencia cubana poseen la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) desde el primero en 1989.

El hecho es considerado revelador para un país del llamado Tercer Mundo que atribuye importancia esencial a la creación de capacidades científicas, al desarrollo del capital humano y a la innovación tecnológica.

Pero también llama la atención que sus resultados corresponden a colectivos de autores, cuyas instituciones no solo radican en la capital, sino en otras provincias, y en colaboración con centros extranjeros, lo que pone de manifiesto la extensión de las investigaciones.

Con el paso del tiempo, sirve también de ejemplo el haber sentado las bases de la biotecnología, como lo evidencian en la actualidad sus candidatos contra la COVID-19: Soberana 01, 02 y Plus, por el Instituto Finlay de Vacunas; y Mambisa y Abdala, del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, de reconocido prestigio internacional.
Un reconocimiento de relevancia constituye la decisión de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) de premiar con su Medalla para Inventores a los autores de cuatro vacunas cubanas contra la pandemia de la #COVID19: #Soberana01, #Soberana02, Abdala y Mambisa. pic.twitter.com/fD06S5V5ul
— Instituto Finlay de Vacunas (@FinlayInstituto) March 26, 2022

Un ejemplo elocuente es que la primera presea otorgada a Cuba en 1989 correspondió al hoy en día Instituto Finlay de Vacunas por su inmunizador contra el Meningococo (Neisseria Meningitidis) del grupo B; y en 1996 le siguió el PPG, medicamento de múltiples usos del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC).

De acuerdo con especialistas de la Oficina Cubana de la Propiedad Industrial, en 2000 le tocó al antibiótico de uso veterinario Biocida, del Centro de Bioactivos Químicos de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.

La entregada de dos ocurrió en 2002, una para el anticuerpo quimérico y humanizado contra el receptor del factor de crecimiento epidérmico para uso diagnóstico y terapéutico, del Centro de Inmunología Molecular (CIM).

Otra al método práctico para la conservación de leche cruda, del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA), en la vecina provincia de Mayabeque.

Solo tres años después, la Facultad de Química de la Universidad de La Habana, y la Universidad de Ottawa, Canadá, respectivamente, la alcanzaron por sus oligosacáridos derivados de ribosa-ribitol-fosfato, métodos para prepararlos, sus inmunógenos y vacunas.

En 2007 recayó en el equipo y método para el diagnóstico rápido microbiológico, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC).
Además, en ese propio año, el Surfactante pulmonar porcino (SURFACEN), del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA).

El uso de una composición farmacéutica que contiene factor de crecimiento epidérmico (EGF) para la prevención de la amputación del pie diabético, le siguió poco después, del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB).

Por último, en 2015 la ganaron las composiciones farmacéuticas que contienen un anticuerpo monoclonal para el diagnóstico y tratamiento de la psoriasis, del Centro de Inmunología Molecular.

marzo 28/2022 (ACN)

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